MÁSCARAS DEL TIEMPO
Qué personaje es el tiempo! Fantasma
implacable, benévolo, atenuante de angustias, desgastador de emociones. Amigo
de los reencuentros que jamás nos proponemos, ofrece la distancia de lo que
nunca llamaríamos olvido. Está en nuestros labios desde que amanece: es tiempo
de vivir, soñar, trabajar, y hasta de amar y morir. ¡Si no fuera por el tiempo…!
Como un curioso espía, pareciera
vislumbrar nuestro destino. Ante los sucesos colectivos o individuales se funde
con la trayectoria de los hechos. Atraído por el pensamiento volátil, suele
trasponerse para dejarse vivir en el momento deseado. A veces, se nos presenta
envejecido, y si evocamos algo de antaño lo tenemos presente. Es tan
polifacético y etéreo que encierra en su “esencia” la paradójica condición de
la rigidez y el manipuleo, atento a los vaivenes de nuestras emociones. Ni
siquiera es comparable con el orbe, el sol o la luna, porque se perciben y
ocultan ante nuestros ojos. El tiempo no. Escapa al poderío humano, y hasta fue
divinizado: Cronos era su dios. La cronoterapia es la invocación de esa
divinidad para el tratamiento de las enfermedades inaccesibles a la sabiduría
del hombre. Solo basta esperar. Con la intención de creer que logramos
objetivizarlo y al mismo “tiempo” reconocer su tiranía, pergeñamos una
máquina, de vida acompasada, donde proyectamos las mismas sensaciones que nos provoca su
omnipotencia, motivo de evocación poética. Los relojes se odian y “adoran” como
tótems. Los hay de todos los tamaños y colores: las razas los conservan en
maderas que huelen a sagrados cofres. Hasta suelen imprimirles solemnes
campanarios con cautivantes melodías y figuras humanas, bendiciendo a los
hombres o anunciando el buen tiempo o el tempestuoso. También los pájaros
cantan al compás de sus rituales tonos.
Por indomable, le imprimimos nuestro
propio tiempo: puede volar, emulando a las aves, caminar con la lentitud de la
tortuga, presentar la rigidez del acero o ser un implacable devorador como el
cuervo. El anciano lo añora, desearía detenerlo, y para lograrlo acude a
la perplejidad de un instante; el niño
no lo tiene en cuenta; el adolescente prefiere perderlo hasta alcanzar la
madurez. Y allí el tiempo se encuentra sometido a la velocidad de las
emociones, comienza a ser manipulado: puede correr, girar, caminar dar vueltas
interminables, acelerando su marcha hasta el vértigo, llegar al éxtasis y hasta
fugarse sin que lo notemos. ¡Cómo se fue el tiempo…!
¿Y qué decir del tiempo del dolor, de la
ausencia, del placer! Son tan intemporales como los habitáculos sin fondo de la
vida, una especie de tonel de las Danaides.
El tiempo imprime su poder sobre seres
animados e inanimados. A su paso espera la concreción de su obra, no siempre
benevolente, restándole belleza a las superficies que acaricia u otorgándoles
solemnidad. Enlaza los eslabones de la experiencia en un collar de semillas,
que espera un vergel o una estepa, según la tierra donde prendan sus raíces. Intuyo
que extraer seres maravillosos sería una de sus mayores esperanzas, siempre y
cuando no lo desdeñen recibiéndolo con la indiferencia de un apático anfitrión.
A veces pienso que se trata de una suerte de edecán del Supremo Poder enviado a
la tierra. De allí, la omnipotencia y versatilidad. Lo siento como un artista
capaz de grabar el dolor o la esperanza de la perfección. Todo dependerá de
nuestro rol, según parasitemos junto a él, o lo sentemos a la mesa de la vida
como un invitado de honor.
María Alicia Farsetti