miércoles, 14 de enero de 2015




 MÁSCARAS DEL TIEMPO

Qué personaje es el tiempo! Fantasma implacable, benévolo, atenuante de angustias, desgastador de emociones. Amigo de los reencuentros que jamás nos proponemos, ofrece la distancia de lo que nunca llamaríamos olvido. Está en nuestros labios desde que amanece: es tiempo de vivir, soñar, trabajar, y hasta de amar y morir. ¡Si no fuera por el tiempo…!
Como un curioso espía, pareciera vislumbrar nuestro destino. Ante los sucesos colectivos o individuales se funde con la trayectoria de los hechos. Atraído por el pensamiento volátil, suele trasponerse para dejarse vivir en el momento deseado. A veces, se nos presenta envejecido, y si evocamos algo de antaño lo tenemos presente. Es tan polifacético y etéreo que encierra en su “esencia” la paradójica condición de la rigidez y el manipuleo, atento a los vaivenes de nuestras emociones. Ni siquiera es comparable con el orbe, el sol o la luna, porque se perciben y ocultan ante nuestros ojos. El tiempo no. Escapa al poderío humano, y hasta fue divinizado: Cronos era su dios. La cronoterapia es la invocación de esa divinidad para el tratamiento de las enfermedades inaccesibles a la sabiduría del hombre. Solo basta esperar. Con la intención de creer que logramos objetivizarlo  y al mismo  “tiempo” reconocer su tiranía, pergeñamos una máquina, de vida acompasada, donde proyectamos las  mismas sensaciones que nos provoca su omnipotencia, motivo de evocación poética. Los relojes se odian y “adoran” como tótems. Los hay de todos los tamaños y colores: las razas los conservan en maderas que huelen a sagrados cofres. Hasta suelen imprimirles solemnes campanarios con cautivantes melodías y figuras humanas, bendiciendo a los hombres o anunciando el buen tiempo o el tempestuoso. También los pájaros cantan al compás de sus rituales tonos.
Por indomable, le imprimimos nuestro propio tiempo: puede volar, emulando a las aves, caminar con la lentitud de la tortuga, presentar la rigidez del acero o ser un implacable devorador como el cuervo. El anciano lo añora, desearía detenerlo, y para lograrlo acude a la  perplejidad de un instante; el niño no lo tiene en cuenta; el adolescente prefiere perderlo hasta alcanzar la madurez. Y allí el tiempo se encuentra sometido a la velocidad de las emociones, comienza a ser manipulado: puede correr, girar, caminar dar vueltas interminables, acelerando su marcha hasta el vértigo, llegar al éxtasis y hasta fugarse sin que lo notemos. ¡Cómo se fue el tiempo…!
¿Y qué decir del tiempo del dolor, de la ausencia, del placer! Son tan intemporales como los habitáculos sin fondo de la vida, una especie de tonel de las Danaides.
El tiempo imprime su poder sobre seres animados e inanimados. A su paso espera la concreción de su obra, no siempre benevolente, restándole belleza a las superficies que acaricia u otorgándoles solemnidad. Enlaza los eslabones de la experiencia en un collar de semillas, que espera un vergel o una estepa, según la tierra donde prendan sus raíces. Intuyo que extraer seres maravillosos sería una de sus mayores esperanzas, siempre y cuando no lo desdeñen recibiéndolo con la indiferencia de un apático anfitrión. A veces pienso que se trata de una suerte de edecán del Supremo Poder enviado a la tierra. De allí, la omnipotencia y versatilidad. Lo siento como un artista capaz de grabar el dolor o la esperanza de la perfección. Todo dependerá de nuestro rol, según parasitemos junto a él, o lo sentemos a la mesa de la vida como un invitado de honor.
                                                                                  María Alicia Farsetti

jueves, 17 de julio de 2014



CURIOSO DIÁLOGO
   Un ateo, que ve a un amigo agnóstico con la mirada fija en el cielo, se acerca y le dice:
    ---Cuídate al mirar el cielo, no vaya a ser que caiga sobre ti una estrella y pueda aniquilarte.
    ---Si conocieses dónde está y a que constelación pertenece, no habría cuidado--- contesta el agnóstico.
El ateo fija la vista en un ser, que al escuchar el diálogo de ambos, permanece imperturbable, con un gesto de lejanía en su mirada. Movido por la curiosidad, se acerca a él y le pregunta:
 ---Perdón, señor, me he atrevido a acercarme, porque usted ha escuchado con atención nuestro diálogo al mismo tiempo que fijábamos la vista en el cielo. Sin embargo, la suya ha permanecido imperturbable, como perdida en la lejanía. ¿No le mueve nada el cielo? El hombre contestó con soltura:
  ---No necesito ver para creer. Soy hombre de fe.
 

  

sábado, 12 de julio de 2014

SEGUNDA BABEL Cuando la mayoría del vecindario aún descansaba, el griterío irrumpió, de golpe, en las solitarias calles del pueblo. La multitud portaba carteles y estandartes con inscripciones poco legibles. El pavoroso ruido que provocaba, despertó el interés de los desprevenidos. Desconociendo las razones del descalabro, impulsados por el espectáculo que ofrecía esa columna de seres enajenados, fueron acoplándose a las filas, aportando carteles, garabateados algunos, vacíos otros. Con los brazos en alto, repetían al unísono frases incompletas. Los cuerpos, atropellados, caían sin ser socorridos por sus semejantes. Una extraña exaltación los convocaba a escalar escarpadas cuestas. Y así llegaron al confín del pueblo, sin darse cuenta de que, en ese preciso lugar, se abría el precipicio.

miércoles, 19 de junio de 2013

E Q U I E M P A R A U N A L L A V E Inerte ya, te deslizas entre mis dedos. Me alegra saber que después de desecharte no habrás de servirle a nadie más. Sin embargo, aunque nunca te haya sentido al tacto tan fría como hoy, mi alma, con la emoción desdoblada frente a la pérdida, se entristece. No sé por qué los dientes desgastados que exhibes en uno de tus extremos, hoy me parecen amenazantes. Acomodados en el espacio justo, especialmente diseñado para ellos, han abierto una de las puertas más importantes de mi vida. Al menos eso he creído. En mi hogar has ocupado lugares recónditos y pequeños. Entrometida entre los pliegues de mis ropas, oculta en el extremo inaccesible de algún bolsillo __ impulsada por tu propio peso __ o, apareciendo sorpresivamente en el fondo de algún cajón cuando mis dedos nerviosos te han buscado, has conocido al acecho cuanto secreto he querido guardar. Por momentos me parece estar frente a un espia. Cuando he deseado olvidarte, tú, pendiente de un clavito a través de tu único ojal, junto a los azulejos de la cocina, has tintineado en complicidad con la más leve brisa hasta el hartazgo. Me estoy acercando a tu ataúd y, aunque te sé muerta, temo que resucites. No va a ser fácil el destierro. Acabo de arrojarte y lagrimeo. Es tu último sonido contra el cajón. A partir de este momento, tu cuerpo se deslizará incorruptible entre la basura de los múltiples sarcófagos que te esperan. En cada uno de ellos ocuparás el lugar más profundo. También desde lo más recóndito de mi alma, tu dorado, cada vez más opaco, rodará sin cesar. Con el tiempo, tu perfil se parecerá al del dueño del corazón cuya morada has abierto tantas veces para mí y que hoy, con un par de sórdidos chasquidos, acabas de cerrar.

viernes, 1 de junio de 2012

COBARDÍA Entre la niebla de mi alma, oculta en insondables recovecos, una flor hallé. Estaba desmayada en la penumbra. Acaricié sus pétalos marchitos Y adquirió color. Fue un misterio indescifrable su gran parecido con la tez rosada que alguna vez se cruzó en mi camino. Desdichado fue el instante en que el temor me incitó a abandonarla.

domingo, 24 de julio de 2011

INMENSIDAD

INMENSIDAD


Desde el morro, de pie, sobre la roca
que frente al mar exhibe su arrogancia,
clavada está mi vista en la distancia
que en su confín el horizonte toca.

La azul inmensidad pone en mi boca
un silencio impregnado de fragancia,
y deja en misteriosa resonancia
la ola que en la playa se desboca.

Y si desciendo cuando muere el día,
descubro al caminar con lento paso
sobre la arena, tibia todavía,

sutiles ruinas de un castillo raso.
Perdido sueño de mi fantasía
en la quietud silente del ocaso.

viernes, 11 de febrero de 2011

Soledad

SOLEDAD



Un anciano vivía solo en una casucha del pueblo. Cada mañana, alguien llegaba hasta su casa y, después de propinarle dos o tres golpes a la puerta, escapaba.
El anciano, harto, dio parte a la policía. Le enviaron un agente, quien, agazapado, después de un tiempo, atrapó al sinvergüenza. Luego, contento, visitó al anciano y le dijo:
--- No debe preocuparse más, buen hombre, ya nadie volverá a molestarlo.
El anciano bajó la cabeza y, con voz apagada, agradeció.
Cuando al cabo de varias mañanas se dio cuenta de que la promesa del policía se había cumplido, muy triste, tomó un banquito, lo colocó junto a la puerta de calle que se hallaba cerrada y, sentado tras ella, esperó.